
En consulta psicológica es frecuente encontrar a padres preocupados por la conducta de sus hijos adolescentes. A menudo, relatan episodios de bajo rendimiento escolar, mal comportamiento en el hogar, vínculos con “malas compañías”, irritabilidad o uso excesivo del móvil u otros aparatos digitales. Buscan soluciones rápidas para “arreglar” al adolescente. Sin embargo, lo que a veces se pasa por alto es que estos comportamientos pueden no ser el verdadero problema, sino un síntoma más de una dinámica familiar deteriorada —especialmente de una mala relación entre los padres.
Adolescencia: etapa de desarrollo y espejo emocional
La adolescencia no solo es un período de transición biológica, sino también un terreno fértil para que afloren los conflictos emocionales no resueltos del entorno familiar. A esta edad, los jóvenes desarrollan una mayor conciencia de su mundo interno y de las relaciones que los rodean. Son observadores agudos, incluso cuando no lo parecen. Ven, oyen y sienten más de lo que los adultos suelen reconocer.
Cuando hay tensiones entre los padres —ya sean discusiones constantes, frialdad emocional, indiferencia, desprecio o incluso episodios de infidelidad o escapismo—, el adolescente no permanece indiferente. Aunque no siempre lo verbalice, muchas veces canaliza ese dolor o esa confusión a través de conductas disruptivas o autodestructivas. En ese sentido, su comportamiento no es más que una forma de comunicación emocional no verbal.

El mecanismo del chivo expiatorio en la dinámica familiar
Desde la psicología sistémica, se reconoce un fenómeno conocido como “chivo expiatorio” familiar. Se refiere a aquel miembro del sistema (a menudo un hijo/a) que comienza a manifestar síntomas o comportamientos problemáticos como forma de expresar los conflictos latentes de la familia. De este modo, las tensiones internas se desplazan hacia un solo individuo, lo que permite a los otros miembros evitar el conflicto real.
Así, cuando los padres colocan la totalidad de la carga del conflicto sobre el adolescente —acusándolo de irresponsable, rebelde o manipulador—, muchas veces están evitando mirar hacia adentro. No es inusual escuchar frases como:
“Desde que empezó a juntarse con ese grupo, cambió totalmente” o “Está enganchado al móvil y ya no nos escucha”, “No sabemos que le ocurre, nos ignora y nos falta al respto“. Pero pocas veces se acompañan de una reflexión como: “¿Qué ha pasado en nuestra dinámica familiar que lo ha llevado a refugiarse ahí?”
Conductas parentales que los adolescentes imitan o sufren
Los adolescentes, al igual que los niños, aprenden más de lo que sus padres hacen que de lo que dicen. Las siguientes son algunas formas comunes en las que los comportamientos parentales pueden reflejarse en la conducta adolescente:
- Escapismo emocional: Padres que evitan el conflicto a través del trabajo o deporte excesivo, el alcohol, el entretenimiento, fiestas constantes o las redes sociales pueden modelar patrones de evasión que los adolescentes replican, por ejemplo, con el uso excesivo del móvil, videojuegos, o estar fuera de casa durante muchas horas al día.
- Infidelidades o doble vida: Cuando uno o ambos progenitores sostienen relaciones paralelas o actúan con deshonestidad emocional, se genera un clima de inseguridad y falta de confianza que afecta profundamente al adolescente. A menudo responden con desconfianza generalizada, cinismo o alejamiento afectivo hacia uno o los dos padres.
- Desautorización mutua y conflictos maritales constantes: Un hogar con alta conflictividad genera ansiedad crónica en los adolescentes. No es raro que bajen su rendimiento escolar, se desregulen emocionalmente o busquen grupos externos donde sientan pertenencia y comprensión.
- Falta de presencia emocional: Padres centrados en sus propios conflictos o problemas personales pueden descuidar el vínculo afectivo con sus hijos, generando en ellos una sensación de vacío que intentan llenar por vías menos saludables.

Del juicio a la responsabilidad: un cambio de paradigma
Es fundamental que los padres puedan pasar del juicio a la autocrítica constructiva. En lugar de preguntarse “¿Qué le pasa a mi hijo?”, tal vez sea más útil plantearse “¿Qué nos está tratando de decir con su comportamiento?”. Esto no significa culparse, sino responsabilizarse. El cambio de enfoque permite abrir un espacio terapéutico de transformación genuina.
Los procesos psicoterapéuticos familiares ayudan a visibilizar estas dinámicas ocultas y a trabajar no solo con el adolescente, sino también con la estructura familiar en su conjunto. En muchos casos, mejorar la relación de pareja o resolver conflictos personales no tratados es más eficaz que cualquier intervención centrada únicamente en el adolescente.

Conclusión: el síntoma no es el enemigo
Cuando un adolescente se comporta de forma “problemática”, es probable que esté haciendo visible un dolor que no sabe cómo expresar. En vez de convertirse en el blanco de críticas, necesita adultos emocionalmente disponibles que se animen a mirar hacia sí mismos, revisar sus vínculos y hacerse cargo de lo que transmiten —consciente o inconscientemente—.
Los hijos no necesitan padres perfectos, sino padres adultos y emocionalmente sanos, dispuestos a crecer, incluso en medio del conflicto. Solo así, el adolescente podrá dejar de ser el síntoma de un malestar familiar para convertirse en parte activa de una historia distinta.

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